jueves, 15 de noviembre de 2007

¿Por qué no te callas?

“Hay una leyenda noruega donde un hombre llamado Haakon frente a la cruz le pidió a Cristo le concediera un favor ofreciendo en sacrificio ocupar su puesto en la cruz, Éste bajó para darle su puesto y se le acercó al oído para decirle que viera lo viera y sucediera lo que sucediera siempre debía guardar silencio, ese debía ser su verdadero sacrificio. Luego un hombre rico pasó frente a la cruz y dejó olvidada su billetera, un pobre posteriormente la tomó y se la llevó, y Haakon no dijo nada, un joven pasó a rogar ante la cruz pidiendo la bendición de Dios para que lo acompañara en un largo y fuerte viaje mar adentro, justo en ese momento irrumpió el rico y pensando que el joven tenía su cartera comenzó la trifulca frente a la cruz, Haakon intervino desde la cruz con fuertes bríos explicando el malentendido y tanto el rico como el joven asombrados se marcharon del lugar.

Luego a solas Cristo se acercó a Haakon y le pidió que bajara de la cruz inmediatamente y subiéndose le recriminó que no supo ocupar su puesto pues si bien el pobre necesitaba el dinero del rico, el rico lo habría utilizado para cometer lujuria con una joven virgen y en cuanto al joven, era mejor haber recibido la paliza del rico pues hubiese podido aplazar su viaje y no morir en un naufragio y le dijo: tú no sabías esas cosas, pero Yo sí, por eso callo, y nuevamente guardó silencio.”

Si bien la leyenda refiere al silencio de Dios, es también una enseñanza que puede aplicarse en todos los campos. Recuerdo en mi niñez, que ante mi desenfreno infantil el silencio y la sola mirada de mis padres hablaba por sí sola para detener mi imprudente conducta.

A la gente le encanta discutir, muchos llegan a gritar pues subir la voz es igual a imponerse y obtener respeto. No permiten siquiera que el otro termine de hablar. Siempre interrumpen, siendo un acto irrespetuoso e incluso estúpido. Si alguien comienza a hablar, nadie debería interrumpirlo sino escucharlo. Es nuestra decisión dejar de hacerlo en caso de no gustarnos lo que está diciendo pero sin llegar a interrumpirlo. Una vez que haya terminado, podremos tomar nuestra decisión sobre lo que dijo sin decir si estamos de acuerdo o no, a menos que realmente sea importante. De lo contrario, es mucho más sabio, quedarnos callados y alejarnos pues ya sabemos lo que necesitábamos saber. No hay nada más que decir.

La gente debería pensar en sus palabras como si fuesen semillas, esto significa, plantarlas y luego permitirles crecer en silencio. Si sembramos nuestro mejor verbo, eso será lo que obtendremos de los demás, de lo contrario el resultado no será el más agradable para nosotros.

La locuacidad es un defecto de la personalidad que proviene de la inestabilidad mental y espiritual. Solamente las palabras precisas que no confunden la mente del oyente pueden ser aceptables: para transmitir un mensaje a quien nos escucha, divagar es innecesario. De hecho, la retórica puede ser incluso dañina ya que virtualmente nunca está libre de contradicciones, y las contradicciones pueden crear nuevos problemas en las mentes de los hombres. Esto no será de ninguna utilidad a quien escucha, por el contrario, trabajará en su detrimento.

Hablar poco y escuchar más son virtudes y signos de madurez. El deseo de hacerse escuchar puede ser una señal de desequilibrio espiritual. Debe ser natural que un hombre hable cuando sea necesario, y se mantenga callado cuando las palabras estén fuera de lugar. Sin embargo, cuando la palabra esté en beneficio de los demás merecen prioridad. No obstante, esto depende de adquirir buenos modales y de percibir la virtud de guardar silencio. Hay un proverbio que dice: quien habla mucho comete muchos errores.

Un hombre se revela a través de sus palabras y manifiesta su nivel espiritual a través de sus modales. Un hombre que actúa pensando que es el único con autoridad para hablar, inevitablemente será despreciado y condenado. Así, cualquier palabra valiosa que pudiera ocasionalmente expresar no será tomada en cuenta. No es de extrañar que por nuestro incansable y objetable verbo, alcancemos agotar la paciencia de quien nos escucha y éste hasta nos sugiera guardar silencio.

Si la leyenda de Haakon cobrara realidad, no me cabe la menor duda, entendiendo las bondades de Cristo, que Éste decida mudarse a Venezuela…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantó esa leyenda!!! efectivamente sólo Dios sabe TOOOODAS las cosas, decide si debemos conocerlas, cuándo y cómo será el momento.

Siempre le digo a mi ya no tan pequeña e imprudente hermana que su lengua es su castigo, (por aquello de que la lengua es el castigo del cuerpo) muchas veces se ha visto en problemas por decir cosas de más, e incluso ha metido en problemas a otros.

Me hiciste recordar un email donde sabiamente me escribiste: “el silencio puede ser intrigante pero en oportunidades es muy clave, es necesario, es aleccionador... el silencio puede guardar el desespero por una noticia, por un cambio, por una actitud distinta, por una "disculpa", por una inclusión... pero también ayuda a mantener una calma, a frenar más impulsos y pensar más una nueva acción, también ayuda a tomar mejor una decisión... en silencio también se guarda la esperanza de apoyar a quienes estén por tomarla...”

Hay que ser tardos para hablar y rápidos para pensar, los vidrios se recogen … las palabras NO! Si no hay nada bueno, constructivo e interesante que decir , es mejor no decir nada, aunque los gestos y acciones tienen lenguaje propio.

Yo! :^)