viernes, 5 de marzo de 2010

Aprender desde el sufrimiento (Parte 1)

Recientemente fui a Maracaibo en planes de trabajo, el vuelo de retorno fue una pesadilla, no se a cuántos pies de altura el piloto maniobró bruscamente una y otra vez el avión, espero que no vivan algo similar, entre tanto mareo y malestar todo ese movimiento me hizo sentir vulnerable. No sé si se trata de que estamos en días de noticias muy movidas, se mueven tierras y aguas, se mueve un clima, se mueven tropas, se mueve un eje, se mueven amistades, se mueve la familia, se mueven destinos y corrientes políticas, se mueven vidas y con ellos se mueven sentimientos y reflexiones, si bien hay que reconocer que existe un evidente efecto mediático, que causa impacto, que nos deslumbra cuando vemos una gran cantidad de personas afectadas por movimientos involuntarios, también hay otros movimientos de efecto personal, familiar o íntimo, involuntarios también, que si bien calificarían para darle cobertura periodística, por lo increíble del accidente o por causa congénita, irremediablemente nos mueve mucho más el sentimiento y las reflexiones por afectar lo propio, donde apuntamos a Dios como queriendo llevarlo a un estrado para que rinda explicaciones que sólo Él puede darlas, pero con la gran dificultad que va del cielo a la tierra, Él está allá y nosotros acá.

Este post no es un atentado contra la religión de quien me lee, todo lo contrario, es una batalla más contra el ateísmo que busca influenciar usando como argumento “el dolor” o la expresión del dolor que es “el sufrimiento” con cuestionamientos como los que siguen: ¿como puede un Dios de amor permitir en el mundo que Él creó, cosas como la guerra, la enfermedad, el dolor y la muerte, muy especialmente cuando los afectos son reconocidos como inocentes o como no merecedores de tal destino?, ¿cómo puede un Dios de amor ser indiferente al sufrimiento humano?, ¿cómo puede un Dios de poder, ser incapaz de evitar el sufrimiento, cómo puede ser incapaz de prevenir un accidente, un cáncer o un terremoto?. Yo lo he pensado y sé que muchos de los que me leen también lo han pensado e inclusive aún lo siguen pensando por que son cuestionamientos muy razonables.

Y ante menudas y difíciles preguntas, sólo se me ocurre una menuda y difícil respuesta: Hay que tener FE en Dios, entendiéndose como FE nuestra creencia, nuestra confianza, nuestra promesa, nuestra esperanza, nuestra intención, nuestra certificación, nuestra seguridad. No pretendo entrar en la diatriba existente entre FE y Razón, ambas en todo caso son formas de convicción y de ahí pretendo construir algo trascendental. Si bien considero que no existe razón para que ocurra la muerte trágicamente en alguien inocente, sea una sola persona o sean cientos de ellas y en consecuencia pueda cuestionar a Dios por haberlo permitido, soy un convencido de que podemos obtener beneficios espirituales desde el sufrimiento que nos produce la muerte, la enfermedad o el dolor por lo propio o lo ajeno.

Yo no digo que Dios nos presente de cerca a la muerte para que de la manera más dura y dramática le saquemos un provecho, y menos cuando ésta sea atribuible a la maldad humana, es obvio que se hará presente un dolor y un sentimiento de injusticia cuando tenemos por concepto que quien se fue, sea como haya sido no se lo merecía; pero ese beneficio llegará dependiendo de nuestra óptica, de nuestra capacidad para sobreponernos a esa muerte y al dolor. Ahora bien, hay un corto (o largo) pasillo pero no menos importante por el que debemos pasar para llegar a esa etapa, ese pasillo se llama aceptación y no lo veo de otra forma sino como el respeto que debemos rendirle a Dios por la decisión que Él tomó, así nos parezca la incorrecta, así no la lleguemos a comprender. Esa aceptación, ese respeto, debe ocurrir por el bien de nosotros y por el bien de todos, el no aceptar y no respetar esas decisiones nos lleva al resentimiento.

Tratemos de interpretarlo así: algunas veces Dios permite que suframos para que aprendamos a diferenciar entre el bien y el mal, y no me estoy refiriendo a merecer el sufrimiento como resultado de nuestros pecados, eso es otra cosa, me refiero al deseo de Dios por refinar y fortalecer cierto aspecto de nuestro carácter, por refinar y fortalecer nuestra FE.

Está comprobado que el umbral del dolor en cada persona es distinto, la capacidad que tiene cada individuo para soportarlo depende directamente de la capacidad que tiene para controlarlo; de la misma manera hay que poner todo el empeño posible para relajarnos, manejar la situación y lograr el control de nuestro sufrimiento, sólo así controlaremos nuestras actitudes frente a eventos que nos desestabilizan emocionalmente.

Si nuestra vida garantizara un paseo terrenal sin contratiempos, sin dolores, sin sufrimientos, si nuestra vida estuviera totalmente protegida contra la adversidad contra el dolor y el sufrimiento, la vida no exigiría nada de nosotros, no tendrían sentido metas y responsabilidades, no existirían los desafíos.

Aunque suene discordante una vida sin dolor es imposible, es inevitable, es la realidad, ahí Dios nos está dando una lección, lamentablemente, por medio de nuestro sufrimiento, así sea indeseable porque como es obvio a nadie le gusta sufrir. Reconozco que por más que nos preparemos ante cualquier evento que genere dolor y sufrimiento la experiencia será desagradable pero podrá ser de mucha ayuda, en el sentido espiritual, pues estén seguros que Dios persigue un propósito, está en nosotros, en nuestra inteligencia emocional, apreciarlo.

A pocos días de mi cumpleaños, no dudé en escribir sobre esto, justamente luego de un post sobre la risa, y es que este blog no puede estar ajeno al movimiento, tal como eventualmente se mueve nuestra vida, bruscamente… este post es mi espaldarazo, es un abrazo, es mi mejor mensaje para un consuelo de dolor, para aceptar lo que no entendemos, para mejorar, este post va dedicado a quien no es ajeno a lo ocurrido en Haití y ahora en Chile, a quien no es ajeno a las guerras en el medio oriente, a quien es afecto a tanta desventura, a quien ha vivido y padecido movimientos definitivamente mucho más fuertes en su vida que aquellos que dio aquel avión que me retornó de Maracaibo…