El 21 de Diciembre del 1957 es la fecha histórica donde se celebró la unión de dos familias los Serrano y los Marrero en sus dignos representantes: Juana y Perfecto. Se conocen en el pueblo de Carora gracias a que, al Supervisor de Vigilancia de Tránsito Terrestre, lo envían a fundar la oficina de tal institución en aquel pueblito larense, es allí donde conoció a una linda muñeca morena cuyos encantos pusieron a latir rápidamente el corazón de aquel “musiú”. Dicen que se valía de su envestidura para solicitarle sus documentos, pues la maestra caroreña ya contaba para esas fechas con su vehículo, un Ford Taunus, pero lo que nunca pasó por la mente de aquel “forastero” era que iba a terminar entregando también los suyos en la Jefatura Civil de Carora; y esto no es cuento, es historia…!!!
El comienzo no fue fácil…
Cuentan que luego de su Luna de Miel en el Hotel Guadalupe en La Puerta Estado Trujillo, en enero de 1958, el “catire colonizador” tuvo duro enfrentamiento con quien fuera amigo hasta aquel momento y jefe directo; quien conoce a mi papá sabe de esta historia pues aún a sus 82 años de vida lo recuerda y relata con estoicismo y detalle el momento en que con actitud retadora le dijeron: “Marrero, quien le sirve al Gobierno le sirve con lealtad”. No voy a describir cómo fue la reacción ante tal humillación así como la narra mi viejo, pero debo decir que el temor que causaba cualquier “reacción indebida” de un ciudadano en aquellos aciagos días, por menos fuerte que fuera, era razón más que suficiente para ponerlo a la orden de las autoridades, así entonces, de inmediato, fue enviado a los calabozos de la conocida Seguridad Nacional, cuerpo que castigaba con torturas a quien se “oponía y se alzaba” en la dictadura del entonces presidente General Marcos Pérez Jiménez.
Fueron días de angustia para ambos, tal vez más para quien no tenía contacto alguno con su recientemente detenido esposo pues no le eran permitidas las visitas, el aislamiento fue total pues tampoco se le aceptaba el alimento preparado entre lágrimas, amor y esperanzas por aquella hermosa joven de 23 años, y tal vez con menos angustia para el “insubordinado” mirandino quien entre rejas, orgullos y valentías llevaba por dentro la certeza de que volvería a reunirse con su esposa.
Por suerte, a los pocos días, un movimiento cívico-militar que se venía gestando dio como resultado un histórico 23 de Enero, cae entonces el dictador y se esconde quien injustamente le detuvo, mi padre recupera su libertad para tomar no sólo las riendas de su matrimonio sino del Cuerpo de Vigilancia de Tránsito Terrestre de Carora.
Y pasaron los años…
No quiero detenerme en tantos aciertos y desaciertos que ocurren en toda una vida en matrimonio, en tantos encuentros y desencuentros, quiero resaltar que aquello realmente digno de admirar es la decisión de querer seguir en un mismo compartir un camino, en querer hacer de 50 años de matrimonio un legado, uno que particularmente no supe ni pude cumplir y que espero sean mis hermanos y quienes me leen los que se apoyen en esa plataforma. Son sus bodas de oro las que representan la nobleza de un compromiso asumido con responsabilidad, de esos compromisos que casi no se ven hoy en día.
Y para cerrar un botón…
El viernes pasado en la Iglesia del Valle, viví uno de los momentos más importantes de mi vida: la renovación de votos de mis padres. La emoción, cada vez que recuerdo ese momento, corre por mi rostro porque será sencillamente inolvidable la experiencia de haber estado presente en un evento que no viví hace 50 años donde mis padres ante un altar y ante un mismo Dios juraron aceptarse el uno al otro como sus esposos, prometiéndose ser fieles en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, y amarse y respetarse por todos los días de su vida.
El comienzo no fue fácil…
Cuentan que luego de su Luna de Miel en el Hotel Guadalupe en La Puerta Estado Trujillo, en enero de 1958, el “catire colonizador” tuvo duro enfrentamiento con quien fuera amigo hasta aquel momento y jefe directo; quien conoce a mi papá sabe de esta historia pues aún a sus 82 años de vida lo recuerda y relata con estoicismo y detalle el momento en que con actitud retadora le dijeron: “Marrero, quien le sirve al Gobierno le sirve con lealtad”. No voy a describir cómo fue la reacción ante tal humillación así como la narra mi viejo, pero debo decir que el temor que causaba cualquier “reacción indebida” de un ciudadano en aquellos aciagos días, por menos fuerte que fuera, era razón más que suficiente para ponerlo a la orden de las autoridades, así entonces, de inmediato, fue enviado a los calabozos de la conocida Seguridad Nacional, cuerpo que castigaba con torturas a quien se “oponía y se alzaba” en la dictadura del entonces presidente General Marcos Pérez Jiménez.
Fueron días de angustia para ambos, tal vez más para quien no tenía contacto alguno con su recientemente detenido esposo pues no le eran permitidas las visitas, el aislamiento fue total pues tampoco se le aceptaba el alimento preparado entre lágrimas, amor y esperanzas por aquella hermosa joven de 23 años, y tal vez con menos angustia para el “insubordinado” mirandino quien entre rejas, orgullos y valentías llevaba por dentro la certeza de que volvería a reunirse con su esposa.
Por suerte, a los pocos días, un movimiento cívico-militar que se venía gestando dio como resultado un histórico 23 de Enero, cae entonces el dictador y se esconde quien injustamente le detuvo, mi padre recupera su libertad para tomar no sólo las riendas de su matrimonio sino del Cuerpo de Vigilancia de Tránsito Terrestre de Carora.
Y pasaron los años…
No quiero detenerme en tantos aciertos y desaciertos que ocurren en toda una vida en matrimonio, en tantos encuentros y desencuentros, quiero resaltar que aquello realmente digno de admirar es la decisión de querer seguir en un mismo compartir un camino, en querer hacer de 50 años de matrimonio un legado, uno que particularmente no supe ni pude cumplir y que espero sean mis hermanos y quienes me leen los que se apoyen en esa plataforma. Son sus bodas de oro las que representan la nobleza de un compromiso asumido con responsabilidad, de esos compromisos que casi no se ven hoy en día.
Y para cerrar un botón…
El viernes pasado en la Iglesia del Valle, viví uno de los momentos más importantes de mi vida: la renovación de votos de mis padres. La emoción, cada vez que recuerdo ese momento, corre por mi rostro porque será sencillamente inolvidable la experiencia de haber estado presente en un evento que no viví hace 50 años donde mis padres ante un altar y ante un mismo Dios juraron aceptarse el uno al otro como sus esposos, prometiéndose ser fieles en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, y amarse y respetarse por todos los días de su vida.
Fui el principal testigo de esa noche, tuve el placer de escuchar una verdadera ovación de los feligreses de la misa de las 6 de la tarde, el sólo ver a mis padres voltear con una sentida expresión de humildad y alegría en sus rostros para agradecer tan fuerte e intenso aplauso es equivalente a ver a Dios y decirle Gracias…!!!